¿Tomar distancia? No siempre es fácil
Imagen: 1993, Chronique Montmagny, ATD Quart Monde – AR0200611001© Mireille de Wilde
En Francia, el último 17 de marzo, se decretó el confinamiento general por dos meses. Janine Béchet, voluntaria permanente comprometida durante años con los Roms1, ha permanecido muy cerca de las familias que se encuentran en refugios temporales y precarios. Cuando el Estado organizó las medidas sanitarias para hacer frente a la epidemia, fue a Janine a quién los agentes sociales y sanitarios acudieron para ponerse en contacto con esta población. Ella nos cuenta:
Virus, pandemia, el confinamiento se decreta, y de pronto cada uno “en su casa”. Sábado 21 de marzo, 9 de la noche: llamada del médico: “¿Señora Gianina?” (así me llaman los Rroms). Me pregunta enseguida:
– ¿Está usted bien?
– Sí, por supuesto.
– Ha tenido usted contacto con la Señora Maria Foanai. Ella tiene el Covid-19. Así que tome todas las precauciones.
Comienza a enumerármelas, y luego continúa:
–Pero usted sabe todo esto.
–Si, por supuesto
–Bueno, si usted tiene alguno de los síntomas, llámeme.
–¿Usted cree que la señora Foanari lo tiene?
–No lo pienso, ¡estoy seguro de ello!
Lunes 23 de marzo, alrededor de las 9h, llamada del señor Gérard, director de una Asociación local en defensa de la «gente del viaje». No nos conocemos, pero yo conozco la asociación. El me explica que recibió un mandato de la Agencia Regional de Salud para tener noticias de la señora Foanari y me pregunta: “¿Aceptaría usted venir a verla conmigo?”
En la tarde del mismo día, dejamos el coche al borde de la carretera y continuamos el sendero a pie. Cuando cruzamos el campo, evitando los charcos y objetos abandonados, todos los niños corren contentos gritando: “¡Gianina, Gianina!” Frente a la cabaña de María, construida con escombros, un vecino, usando una pala, sella la parte inferior de su puerta con tierra: «Es por las ratas, ellas pasan por aquí» dice. Su esposa añade: «Aquí está lleno de ratas, corren por todos lados”. Cerca de la puerta de la casa de María, el señor Gérard detrás de mí con su maletín al hombro, llama: «¿Hay alguien aquí?”
– ¡Entra Gianina!
– No estoy sola.
– ¡Entren, entren!
Abro la puerta, y al interior hay un sofá, una gran cama, un aparador… La única habitación se calienta con una estufa hecha de un gran bidón con un tubo. Las llamas se pueden ver a través de unas pequeñas aberturas. El ambiente es agradable. Toda la familia está allí: nueve personas, más nosotros dos, once en menos de nueve metros cuadrados. «Siéntense», nos dice el señor, «¿quieren un poco de café?”
Hago las presentaciones, las miradas interrogantes se fijan en el recién llegado que primero pregunta a la Sra. Foanari cómo está. Luego el señor Gerard explica el propósito de nuestra visita, nos recuerda las precauciones habituales, antes de pedir la receta del médico. Luego todo queda en silencio, todos ellos mirando la mano del hombre que copia la receta en su cuaderno de notas sobre su maletín.
María está sentada en la cama, con las piernas extendidas. Su nieta de tres meses de edad acostada sobre sus piernas balbucea sin miedo, haciendo sonreír a todos en su entorno.
El director no pierde la seriedad. Explica con calma que es necesario «mantener la distancia», no circular, «usted es contagiosa durante catorce días». Finalmente, termina: «tener la pequeña sobre sus piernas, no es muy bueno…»
Cristina, su madre, reacciona inmediatamente: «Me la llevo». Con la pequeña entre sus brazos, la abraza y la besa.
Terminado el café nos despedimos. Normalmente somos más, la hermana de María y su sobrino no están aquí hoy. ¿Cómo «mantienes la distancia» cuando hay once personas en menos de nueve metros cuadrados?
Y además ¡soy la mayor!
Entre todas estas personas, una sola enferma, y luego no hubo más desde entonces. Un milagro…