En tiempo de catástrofe, ayuda mutua comunitaria
Durante la Campaña Pobreza Nunca Más – Actuar Todos por la Dignidad, ATD Cuarto Mundo alentó la escritura de historias de resistencia y cambio, luchas colectivas que muestran que si las personas se unen pueden lograr que la miseria retroceda.
Historias de resistencia que ponen en evidencia que la miseria se puede evitar.
Por Diana Skelton y Jacqueline Plaisir (Haití)
El 12 de enero de 2010, durante casi medio minuto, un terrible terremoto sacudió el área metropolitana de Puerto Príncipe. Más de 250.000 personas perdieron la vida. Muchas casas, la mayoría de los edificios públicos y de los negocios sufrieron daños irreparables.
Cuando el terremoto se detuvo, de la ciudad brotó la vida. En el centro de la ciudad, los niños que vivían en las calles y a los que muchos despreciaban, no dudaron en poner en peligro sus vidas para rescatar a quienes estaban atrapados en los escombros. En los barrios más pobres, acostumbrados a vivir abandonados a su propia suerte, nadie esperó la llegada de la ayuda exterior. Las mujeres vendían bizcochos realizados con lo poco que habían podido recuperar de sus casas, disminuyendo significativamente el precio, para que todos pudiera comer. Las comunidades compartían lo que tenían aun cuando observaban como aviones y helicópteros distribuían ayudas de las que nunca se beneficiarían.
Martissant, un barrio donde ATD Cuarto Mundo Haití ha estado presente desde 1984, era, incluso antes del terremoto, considerada por la mayor parte de las ONG como una zona de exclusión. La confusión que siguió a la catástrofe no vino a cambiar esta consideración y Martissant continuó ampliamente abandonado a su suerte. Unos días después del terremoto, tras haber sido los primeros de todo el vecindario en responder, Laurent, Jean-François y otros jóvenes de las colinas de Martissant, llegaron al Centro de ATD Cuarto Mundo Haití y preguntaron: “¿Qué podemos hacer?”.
Comenzaron visitando a sus vecinas y vecinos y a toda la comunidad para ver quienes necesitaban más ayuda y cómo se la podían ofrecer. Uno de estos jóvenes haitianos, David Jean, regresó un día preocupado. Cuando pensó que ya había visitado a todas las personas de una parte del barrio, una madre, completamente exhausta, le habló con preocupación de una anciana y de un niño que vivían en una parte aún más alta de la colina.
Así, David siguió subiendo hasta que descubrió una casa medio destruida. Había una mujer a la puerta que había perdido una pierna. También había un niño de unos tres años jugando junto a ella. David le explicó que estaba intentando determinar las necesidades de las familias. Las mujer estaba conmovida y, al mismo tiempo, sorprendida por el hecho de que la hubiera encontrado, ya que rara vez veía a alguien, salvo las visitas ocasionales de los vecinos colina abajo. Cuando David regresó al día siguiente como había prometido, con comida y una lona para cobijarse, la mujer se puso a llorar y decía entre lágrimas: “Hijo mío, no te has olvidado de mí, con toda la gente necesitada que hay!”. David volvió varias veces, al tiempo que hablaba con los vecinos y les animaba a que fueran a visitar a esta abuela aislada.
Finalmente, miembros del equipo de ATD Cuarto Mundo Haití convencieron a una ONG de ayuda humanitaria para que llegara, sin seguridad militar, y distribuyera suplementos alimenticios para los niños de Martissant. La ONG colaboradora pidió, previo a la distribución, un listado que incluyera los nombres y la edad de cada persona del área en cuestión.
Jóvenes que habían llegado al Centro ATD Cuarto Mundo Haití ofreciendo su ayuda se distribuyeron para ir al encuentro de cada familia en todo el barrio para identificar sus necesidades. Pasaron días visitando cada casa. Preocupados por que cada familia pudiese recibir una parte equitativa, hablaron con todos aquellos que pudiera crear tensión durante la distribución.
Recopilaron un listado con datos de cerca de 5 000 niñas y niños, lo que hubiera sido imposible sin contar con personas que pertenecían a la propia comunidad.
Además, fueron los jóvenes de Martissant quienes garantizaron que todo el proceso de distribución discurriese en paz. Todos los días pasaban un rato hablando con la gente que esperaba en filas. Cuando madres y padres carecían de documentos tanto para ellos como para sus hijas e hijos, nuestros voluntarios, que conocían bien a todas las personas, mediaban en el complicado diálogo con la ONG para conciliar la escritura de los datos personales que figuraban en el listado con la situación real.
La distribución transcurrió bien, sin ningún incidente ni conflicto, ya que todos sabían que el proceso había tenido en cuenta a todas las familias y que no había ningún tipo de rivalidad a la hora de recibir la ayuda.
Para saber más, visite el blog 1001 Historias de Resistencia