Tengo 13 años y juego al fútbol con personas migrantes
Durante la Campaña Pobreza Nunca Más – Actuar Todos por la Dignidad, ATD Cuarto Mundo impulsó la escritura de historias de resistencia y cambio, de luchas colectivas que muestran que si las personas se unen pueden lograr que la miseria retroceda.
Historias de resistencia que ponen en evidencia que la miseria se puede evitar.
Esta historia está escrita por Dorian (Francia).
Me llamo Dorian y tengo trece años. Voy a un instituto de secundaria en la periferia de París y setenta personas migrantes acaban de llegar a la ciudad. Una asociación los ha recibido y viven en un edificio situado en el límite del pueblo con la zona industrial, al lado del estadio municipal. El periódico local había anunciado su llegada.
Yo también vivo en el límite del pueblo con la zona industrial y les esperaba con impaciencia, pero también con un poco de preocupación, pues no sabía muy bien quieres eran e imaginaba incluso que podían ser peligrosos, que iban a venir a molestarnos.
Un primer migrante procedente de África, un muchacho de diecisiete años, llegó antes que los demás, sin papeles. Se albergaba en una asociación y venía todos los días. Había aprendido francés. Le ayudaron a tramitar su documentación. También se inscribió en la oficina de empleo y encontró trabajo.
Venía a jugar con nosotros al terreno municipal. Aprendimos a conocernos. Como empezaba a entender francés, hablamos…
Un mes más tarde, cuando llegaron los otros setenta migrantes, algunos habitantes de nuestra ciudad se oponían a que vinieran e incluso distribuyeron un correo anónimo por todos los buzones de la ciudad para decir que los migrantes no eran bienvenidos, que eran peligrosos.
Afortunadamente el alcalde reaccionó enviando también un correo a todos los habitantes, también lo publicó en línea en el sitio web del ayuntamiento y en el periódico informativo municipal. Explicaba que los migrantes estaban a cargo de una asociación fiable y que no eran peligrosos y que no había que escuchar a quienes habían escrito el correo anterior, que «ni tan siquiera habían tenido el valor de firmar la carta».
Algunas personas migrantes, tranquilizadas, vinieron un día a jugar al campo de fútbol, jugaron entre ellos en una parte del terreno y nosotros en la otra. Después, al cabo de una hora, uno de ellos se acercó para hablar con nosotros. Mis amigos y yo hablamos con ellos las pocas palabras de inglés que sabíamos para conocerles un poco mejor. Descubrimos que eran realmente muy simpáticos.
Al día siguiente, y los fines de semana siguientes, jugamos juntos al fútbol. Un día éramos cerca de treinta, unas veinte personas migrantes y diez amigos míos.
Además, las personas migrantes adaptaron su juego: la mayoría de ellos tenían en torno a veinte años, al principio teníamos miedo puesto que golpeaban muy fuerte al balón, pero cuando empezamos a jugar con ellos, adaptaron la fuerza de sus tiros para jugar con nosotros.
Un día el fotógrafo municipal pasó y nos sacó unas fotografías jugando juntos al fútbol, le pareció una idea estupenda y publicó las fotografías en el periódico local.
Poco a poco nos hicimos amigos, aunque continuaba siendo difícil entenderse, también el primer migrante, que ahora habla muy bien francés, nos ayudó traduciendo a unos y otros para poder hablar. De este modo supimos que venían de países en guerra, que algunos de ellos habían sufrido violencia y que habían huido de sus países para escapar a esa violencia.
Después, seguimos jugando juntos tranquilamente, seguimos conociendo nuevas personas porque de los setenta que son creo que solo he conocido unos cuarenta. Tengo muchas ganas de encontrar a los demás.
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