Pensar el saber en comunidad
Mirantão es un pueblo en Brasil en el que viven alrededor de mil personas; entre ellas, una familia de voluntarios permanentes de ATD Cuarto Mundo.
Es un pueblo aislado y muchas personas piensan en marcharse en busca de oportunidades económicas. En Mirantão, los voluntarios viven en comunidad con aquellos que son privados del acceso a la educación formal de calidad y, principalmente, a la educación continuada; sobre todo, viven con aquellos cuyos saberes no son valorados, o aún peor, cuyos saberes son ignorados, despreciados.
En unos tiempos en los que la cultura de la tierra no es valorada, en los que el conocimiento tradicional ha sido olvidado y desvalorizado, los padres creen que enviar a sus hijos a la escuela les garantizará una vida mejor, un trabajo mejor. A menudo se escucha que la esperanza de enviar sus hijos a la escuela es la esperanza de que “sean mejores que yo”. Sin embargo, el futuro de la comunidad pasa por reconocer el valor de la cultura y las tradiciones del lugar, por crear espacios en el que los mayores que no han ido a la escuela pero “han aprendido con la vida”, puedan compartir lo que saben, donde estos que “se quedaron a atrás” puedan sentirse orgullos de lo que son y de lo que saben y de crear la oportunidad para que la escuela del pueblo sea una suerte para todos los niños, lo que es el deseo de todos los padres.
La escuela tiene que ser un lugar de verdadera formación, donde cada niño sea libre para saber qué rumbo tomar en su vida, un lugar que permita que ir a la universidad o no sea una elección y no un hecho dado desde tan pequeños.
Cuando las expectativas son estas, la escuela — no solo la de Mirantão, sino cualquier escuela del mundo— debe hacerse muchas preguntas: ¿Qué ciudadanos estamos formando? ¿Qué libertad tienen para ser protagonistas de sus propias vidas? ¿Qué cambio podemos generar en la sociedad si seguimos reproduciendo la manera convencional de ver la educación que siempre excluyó a la mayoría?
En el diálogo, los padres suelen creer que no tienen nada que aportar. Cuando se les pregunta: “Si no habéis aprendido nada en la escuela, ¿dónde habéis aprendido todo lo que sabéis? La respuesta siempre es: “¿Yo? Yo no sé nada”. Cuando se intenta dar valor a todos los saberes que poseen, solo hay una respuesta: “pero eso no sirve de nada”.
De ahí la importancia de crear una cercanía mayor entre la escuela y los padres, entre la escuela y la comunidad, e incluso una mayor participación de los niños en la propia escuela.
De esta reflexión, nació un proyecto a través del cual, una vez al mes, las clases tendrían lugar fuera de las aulas y los maestros serían vecinos del pueblo. Las maestras se animaron tanto con la idea que propusieron que estos encuentros tuvieran lugar una vez a la semana. El proyecto se lanzó durante una reunión con las madres, que también apoyaron la idea y ahora los viernes son dedicados a aprender “con la vida”. Las maestras muestran su ánimo ante la perspectiva de construir algo nuevo; cuentan también con el apoyo de educadores que re-inventan la educación en muchos lugares de Brasil, como José Pacheco, para con él formarse y descubrir un nuevo camino para nuestra escuela.
Una vez está implicada la comunidad, surgen nuevas experiencias como la de uno de los jóvenes que salió del pueblo para estudiar y trabajar, en la esperanza de una “vida mejor” y ahora ha vuelto a Mirantão convencido de querer construir aquí la “vida mejor”, deseando transmitir su amor por el lugar a los niños, además de compartir algo que aprendió con su padre: la música. Gracias a él, los niños aprenden a tocar un instrumento y tocan música juntos.
Todos poseemos talentos que podemos transmitir, como Marcia que sabe hacer crecer las verduras y las frutas, tiene buena mano para las plantas y que durante un mes ha estado ayudando a hacer un huerto en la escuela del pueblo, donde los alumnos aprenden a cultivar verduras.
Así, una educación compartida y pensada por todos puede movilizar y cambiar la vida en una escuela y en una comunidad.