No tiremos la toalla
Foto: Isabelle Pypaert Perrin © ATD Cuarto Mundo
Intervención de Isabelle Pypaert Perrin, voluntaria permanente de ATD Cuarto Mundo, en el marco de la conmemoración del Día Mundial para la erradicación de la extrema pobreza (17 de octubre 2021) organizada por la ONU.
¿Vamos a aprender a construir con las personas que viven las situaciones más extremas un mundo más justo para todos? ¿Y un mundo que tenga en cuenta a las generaciones futuras?
Las personas que viven en extrema pobreza no son sólo víctimas, también son agentes de cambio, personas que construyen el mundo, personas que a menudo son ignoradas.
Sí, son ellas las que pagan el precio más alto de las consecuencias de nuestros fracasos, de nuestras promesas incumplidas y del modo en que nos hemos atribuido el derecho a explotar la tierra y a los seres humanos. Esta semana he conocido a unas familias de un barrio de chabolas cerca de París que viven en condiciones indignas, como mil millones de personas en la tierra. La vida es dura, su salud se ve afectada, se les impide continuamente guardar la relación con los suyos. Sus niños y niñas por los que no dejan de luchar, no crecen bien por culpa de la contaminación por plomo del suelo donde viven. Las personas que viven en la pobreza extrema nos revelan una catástrofe humanitaria y una catástrofe ecológica permanentes. Y resisten, actúan y asumen lo que nosotros no asumimos, o no lo suficiente. Se ocupan de su entorno y buscan cómo hacer para que la vida sea posible en él. Lo hemos visto a lo largo de toda esta conmemoración.
Las personas que viven en situación de extrema pobreza van aún más lejos: en los lugares más abandonados del planeta, cuidan los unos de los otros.
Encarnan de esta manera la ambición que se dio la comunidad internacional cuando en 2015, rompió con el objetivo discriminatorio de querer reducir a la mitad el número de personas viviendo en la extrema pobreza, para comprometerse a no dejar a nadie atrás, a llegar a las personas más alejadas, las más olvidadas. En silencio, por todas partes, las personas más pobres son las primeras que dan vida a esta ambición de no abandonar a nadie. ¿Cómo vamos a darles cabida en los lugares donde pensamos y trabajamos sobre el futuro? ¿Cómo vamos a dar cabida a su experiencia y al conocimiento que sacan de ella?
Pienso en esas familias sin vivienda que han encontrado refugio en un terreno contaminado, y que dicen: no nos iremos de aquí hasta que se de una solución a las personas más cansadas de nuestro grupo. Nos muestran de qué manera todos nuestros programas y todas nuestras acciones deben estar habitados por la preocupación y por la búsqueda de las personas más excluidas, las que no conocemos todavía, las más alejadas.
Vincular la participación y el compromiso humano
Conocemos padres y madres que van al centro de salud con sus hijos que tienen hambre y sufren malnutrición. Sienten una mirada tan cargada de reproches que la vergüenza les hace huir y eso les impide acceder a la atención sanitaria. En cambio, cuando todo está diseñado para generar confianza y respeto, y para poder sentirse orgulloso, todo es muy diferente.
Inscribir la participación de las personas y familias más pobres en los programas y dispositivos en funcionamiento es importante. Pero hay que ir más lejos. Es necesario que haya en el centro de todos esos programas, hombres y mujeres que tengan la disponibilidad, que reciban la misión de llegar a los más pobres y que busquen una verdadera participación de las personas más alejadas de nuestros programas, de nuestros espacios de consulta y diálogo.
Desde el principio de la crisis sanitaria, hemos visto en todo el mundo, como el personal sanitario se ha movilizado de manera extraordinaria para salvar vidas. No contaron las horas y no miraron sus contratos de trabajo. Generaron entusiasmo y eso nos dio confianza. La miseria también es una cuestión de vida o muerte para las personas que la viven. Por lo tanto, acabar con ella requiere una gran movilización, una movilización sin precedentes y un compromiso humano muy importante, un compromiso que debemos apoyar totalmente.
Me gustaría terminar diciendo que, a pesar de los tiempos oscuros que atraviesa el planeta, podemos tener esperanza:
Las personas más pobres no tiran la toalla, creen en el mañana, creen en sus hijos e hijas, creen en el ser humano, aún conociendo todos sus defectos y limitaciones.
Así que me gustaría decir a todos esos jóvenes que están actuando por el planeta, y que tienen razón al hacerlo: alíense con quienes resisten frente a la pobreza, porque juntos lograrán un cambio real y nada los detendrá.