La liberación de toda la infancia
En los diferentes lugares donde está presente, el Movimiento ATD Cuarto Mundo alienta la escritura y recopila historias de resistencia y de transformación escritas por personas que actúan para superar la extrema pobreza tomando como base de su acción la experiencia de quienes la afrontan a diario.
Este artículo, escrito por René Bagunda Muhindo, aliado del Movimiento ATD Cuarto Mundo en República Democrática del Congo se publicó anteriormente en el blog Un Monde Autrement Vu.
El 30 de junio es el aniversario de la independencia de la República Democrática del Congo.
Este día, estaba realizando algunas visitas en Luhwindja, una zona situada a 90 kilómetros de Bukavu, al este del país.
Por la tarde, mientras veía el partido de fútbol Francia-Argentina, un joven me ofreció una botella de cocacola diciendo: «Es un regalo por el día de la independencia. Tenemos que comer y beber».
Por la tarde fui a dar una vuelta por el vecindario. Detrás de las tiendas de la avenida apenas podía distinguir una pequeña choza de barro en la oscuridad. Todas esas casas proyectan haces de luz por las rendijas de las ventanas y puertas, pero esa estaba especialmente oscura. Me acerqué y llamé a la puerta. Alguien abrió, pero estaba demasiado oscuro como para ver a alguien. Encendí mi linterna y vi cinco niños en harapos y cubiertos de polvo. Habían estado jugando todo el día y no tenían a nadie que les lavara llegada la noche. El más mayor, que tenía cerca de 11 años, se mantenía de pie frente a mí. Fue el quien había abierto tímidamente la puerta.
– «Buenas tardes», dije.
– «Buenas tardes», contestó.
– «¿Están bien?». Nadie contestó.
– Pregunté, «¿Está su mamá?». «No, está en Bukavu y regresa el sábado 7 de julio», contestó el muchacho.
Estaban hambrientos. Conozco muy bien esas señales porque yo también lo sufrí cuando tenía seis años, solo con mis hermanas esperando a que nuestra madre regresara.
Así, pregunté a los niños: «¿Han comido?» «No», respondieron cuatro de ellos al unísono. El mayor no contestó. Se sentía responsable de los demás, impotente. También mi hermana mayor actuaba así cuando no tenía nada que darnos y mi hermana pequeña lloraba.
– «¿Qué es lo que van a comer?».
– «No sabemos ».
Inmediatamente me dirigí al restaurante en el que ceno cuando visito el barrio. Compré dos platos de comida que el niño mayor llevó de regreso a casa. Los cinco niños comieron como presos evadidos después de una semana sin comer.
Asediado por sentimientos contradictorios regresé al restaurante. La señora me preguntó lo que pasaba y se lo expliqué. No tardó en decir: «¿Ese muchacho sucio que estaba contigo? , esos niños son unos ladrones». No me dejé llevar por sus críticas y le contesté que no importaba lo que hubieran podido hacer, ninguna niña o niños merece pasar sus noches con hambre, y en estas circunstancias incluso las personas adultas no deberían negarles un plato caliente si nadie más puede ocuparse. La señora asintió con la cabeza y dijo: «Tienes razón».
A la mañana siguiente, antes de ir a la iglesia pasé a ver a los niños. Estaban fuera, acurrucados unos junto a otros. Incluso con un suéter yo podía sentir el frío, pero ellos no tenían nada de abrigo. En los pueblos de la montaña del sur de Kivu hace frío por las noches e incluso por la mañana antes de que el sol comience a calentar.
La cuestión de la independencia me obsesionaba. ¡Independencia! Reconozco el valor que tiene en la historia del país, pero a día de hoy ha pasado a ser algo artificial y demagógico. Cuanto más pobre eres, menos te concierne.
Este 30 de junio se han gastado miles de dólares para que los ricos puedan comer y beber. Los políticos utilizan esta ocasión para hablar de sus planes para las elecciones previstas para diciembre. Pero, detrás de los muros de las ciudades, en el interior de los pueblos, miles de niñas y niños pasan la noche con hambre. No saben si el próximo 2 de julio, como han anunciado, les darán su boletín de notas pues sus familias no han pagado los gastos escolares. Miles de niñas y niños pasan sus días lejos del afecto de sus madres que han tenido que dejarlos para salir a buscar algo con lo que alimentarlos.
¿Puedo sentirme orgulloso de nuestra independencia? No. Estaré orgulloso el día en que cada niña y niño de mi país se libere del hambre, del frío y de la ignorancia.
Si yo fuera diputado o ministro, me aseguraría de que el 30 de junio se celebrase de manera diferente. Este día invitaría a toda la ciudadanía congoleña a hacer un acto de civismo para que cada niña y cada adulto pueda sonreír de nuevo. Muchas personas nacen y mueren sin disfrutar de la libertad ni un solo día de sus vidas, y nadie a su alrededor lo sabe.
La verdadera independencia es justicia en el corazón, es paz y una vida mejor para todas las personas.