La crítica y el deseo de pertenencia | Diana Skelton
Debería haberlo pensado mejor.
Hace unos días estaba hablando con una amiga francesa, cuando la conversación se centró en los disparos contra Charlie Hebdo. Empecé a bombardearle con preguntas y terminó perdiendo la paciencia.
“¡Te estás pasando!”
“¡Solo preguntaba! Hay muchas cosas de Francia que no entiendo”.
“Ahora mismo incluso hacer preguntas es demasiado crítico. Yo misma tengo un montón de preguntas y no necesito al resto del mundo acribillándome a preguntas«.
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Por supuesto, tenía razón. Pensé en lo que ocurrió durante el 11 de septiembre y los meses siguientes, muchas veces oír las reacciones de la gente en otros países era la gota que colmaba el vaso. Creo que los que vivíamos en Nueva York en ese momento hicimos examen de conciencia. Incluso en las primeras semanas, a pesar del duelo colectivo que conectó a completos extraños, surgían diferentes reacciones. Algunas personas ya estaban buscando la manera de armar el país contra posibles amenazas ocultas. Algunos tenían la esperanza de aplicar las lecciones de la década de 1930 en Europa contra las dictaduras. Otros protestaban por la invasión estadounidense de Afganistán y buscaban nuevas formas en las que EEUU inspirase más sueños y menos odio.
Se podría pensar que después de tanto examen de conciencia necesitábamos más que nunca escuchar opiniones desde otros lugares. Pero no era lo que esperábamos. Cuando un grupo de amigos de Bélgica me dijo que habían escrito a la Casa Blanca para criticar la política exterior de Estados Unidos, me enfadé y sentí que no confiaban en ninguno de nosotros al desafiar a nuestro gobierno.
Mi amistad con ese grupo en Bélgica, la mujer francesa y muchos otros radica en un anhelo común por la justicia social. Le damos vueltas a las grandes injusticias a nivel mundial: la pobreza, el racismo, la violencia, la desigualdad. Tratamos, juntos, de hacer todo lo posible para fomentar la solidaridad y de aprender los unos de los otros para ampliar nuestra visión del futuro.
Pero estoy preocupada. Tal vez la determinación de luchar por la justicia social me está haciendo demasiado crítica. ¿No es verdad que toda justicia necesita a alguien que juzgue? ¿Quién debe juzgar? La sociedad elige o designa a un montón de jueces, algunos más imparciales que otros. Los lugares de culto nos recuerdan que primero tenemos que juzgarnos a nosotros mismos y abstenernos de juzgar a los demás “hasta estar en la posición en la que se encuentra esa persona”.** ¿Alguno de nosotros alguna vez se ha puesto tanto en el lugar de otro como para alcanzar esa posición?
Las personas que viven en situación de extrema pobreza son juzgadas constantemente. Los medios de comunicación hablan de ellos como perezosos o inmorales o que dañan el medio ambiente, o les culpan de propagar enfermedades. Se nos dice que no merecen atención, apoyo o respeto. Sé que estos son estereotipos falsos e injustos que nos hacen obviar todo lo que pueden ofrecer estas personas a la sociedad: coraje, experiencia y la visión que desarrollan al luchar día a día para superar desafíos.
Por supuesto, también hay un montón de estereotipos sobre países. Estos estereotipos no solo son falsos e injustos, sino que contaminan el comportamiento que tenemos hacia las personas de esos países la primera vez que las conocemos. Se transforman en categorías que pueden estar completamente desconectadas con lo que realmente somos. ¿Del Norte o del Sur? ¿Este u Oeste? ¿Rural o urbano? ¿Rico o pobre? ¿Merecedor o no merecedor?
Todos nosotros hemos nacido en un mundo donde la injusticia y la desigualdad han sido durante mucho tiempo las semillas de muchos tipos de intolerancia. El prejuicio, prejuzgar en base a impresiones inmediatas, está muy arraigado en mí. Tanto si prejuzgo basándome en un vistazo a la ropa de alguien, la forma de hablar o en algo completamente distinto, siempre voy a tener que superar esos primeros prejuicios erróneos.
Entonces, ¿debería seguir las enseñanzas budistas?. «Así como la lluvia cae por igual sobre justos e injustos, no cargues tu corazón con prejuicios e inunda con bondad a todos por igual». Por supuesto, creo en la bondad, pero no estoy lista todavía para renunciar a la crítica. Intentar usar nuestro mejor juicio es la manera que tenemos de gestionar a diario la toma de decisiones.
Francia no es el país en el que crecí, pero es donde mi marido y yo hemos criado a nuestras hijas desde 2007. Así que como continúo usando mi propio juicio para las numerosas decisiones que llenan la vida, creo que la mejor manera de templar mi juicio es perteneciendo a algo.
Francia es un país cada vez más diverso, que hace todo lo posible para crear un sentido de comunidad nacional, identidad y pertenencia. Espero que al pensar de manera más consciente sobre justicia social, intolerancia y sobre los riesgos de ser demasiado crítico podamos ampliar nuestro sentido de pertenencia desde nuestras familias, vecindarios y desde los movimientos por la justicia social a los países en los que vivimos, y a toda la comunidad mundial en la que todos deberíamos ser capaces de sentir que pertenecemos el uno al otro.
Diana Skelton
** Rabbi Hillel (de Pirkei Avot 2:4, en la Mishná, o Torá oral)
Foto(C)Jonas Ranum Brandt