Hacia la justicia epistémica
Publicamos ámplios extractos de la entrevista realizada por Marie Garrau (Universidad Paris 1 Panthéon-Sorbonne) y Cécile Lavergne (Universidad de Lille), con el apoyo de Bruno Tardieu y de Thomas Croft, ambos voluntarios permanentes de ATD Cuarto Mundo, a Miranda Fricker.
Miranda Fricker nació en 1966 y es una filósofa feminista inglesa, especializada en la filosofía del conocimiento. Además de estar diplomada por la Universidad de Oxford y ser profesora de filosofía en la New York University, es autora del libro Epistemic Injustice: Power and the Ethics of Knowing (Oxford University Press, 2007).
Esta entrevista ha sido íntegramente publicada en la Revista Cuarto Mundo n° 265 (disponible únicamente en francés)
Para empezar, ¿Podría decirnos cómo empezó a trabajar sobre la justicia epistémica1 y qué es lo que le llevó a desarrollar sus dos categorías principales de injusticia, la de testimonio y la injusticia hermenéutica?
Obtuve mi título universitario de filosofía y francés en la Universidad de Oxford y durante las clases de filosofía estudiábamos los temas clásicos de la filosofía analítica, que tienden a plantear únicamente cuestiones abstractas, sin relación con el mundo social (por ejemplo, ¿Sabemos realmente algo?, ¿Qué es la verdad?, ¿Por qué ser moral?…).
No había nada relacionado con la filosofía feminista. A pesar de ello, empecé a interesarme mucho por ciertas corrientes de pensamiento feministas e hice un máster interdisciplinar en Estudios de la Mujer (…) Es allí donde leí por primera vez sobre la filosofía feminista y fueron sobre todo las obras de epistemología femenina los que me condujeron a hacer un doctorado en filosofía en Oxford.
Quería demostrar que las variantes más relativistas del pensamiento posmoderno — es decir, las que defienden la idea de que una creencia verdadera no puede ser considerada como verdadera ni un conocimiento considerarse como tal a menos que esté en relación con unas normas específicas de una cultura y de una época— eran un falso amigo del feminismo. De hecho, todo aquel que se tome en serio el cambio social, o que intente simplemente pensar en él de forma realista, necesita una justificación para afirmar que tal representación de la realidad, elaborada por los poderosos y considerada como conocimiento en la cultura común es sin embargo falsa, ideológica o está distorsionada de alguna manera. Pensemos por ejemplo en la época en la que se aceptaba generalmente como verdadero que «las mujeres son menos lógicas que los hombres». ¡Era falso! Aunque se considerase como verdadero en aquella época.
Yo tenía la sensación de que toda aquella epistemología —es decir, toda teoría del conocimiento— que pusiera en tela de juicio la idea compartida según la cual los hechos sociales son irreducibles a meras construcciones sociales, era un «falso amigo» en el sentido de que esta idea parecía ser una herramienta crítica apasionante, cuando en realidad era buena para la crítica, pero no para la reconstrucción. A mi modo de ver, para alcanzar nuestros objetivos feministas, necesitábamos herramientas de reconstrucción que nos permitieran decir: «Las realidades de la vida de las mujeres son muy diferentes de cómo nos las cuentan y, por lo tanto, reclamamos una mayor justicia social».
Creo que, para reflexionar sobre la pobreza y su impacto en la vida de las personas, necesitamos una filosofía realista de este tipo. Es esencial para poder decir: «Así es como la experiencia, las decisiones y las necesidades de los pobres se perciben siempre, pero esto no se corresponde con nuestra realidad, por eso reclamamos que haya más justicia».
En su libro Epistemic injustice, desarrolla su reflexión a partir de ejemplos y de obras que hacen referencia fundamentalmente a discriminaciones racistas o sexistas. En su opinión, ¿existe una especificidad de injusticia epistémica que afecte a las personas en situación de pobreza?
Efectivamente, mi hipótesis de trabajo era (y lo sigue siendo) que todas las formas de impotencia social conllevan riesgos importantes de injusticia epistémica, ya sean debidas a la raza, la orientación sexual, la identidad de género, la discapacidad, la religión, la vejez, la pobreza, etc. Por supuesto, estas categorías se solapan, creando muchas formas complejas y entrelazadas de desventaja o marginación.
La injusticia de testimonio, tal y como yo la defino, proviene de los prejuicios que disminuyen el nivel de credibilidad que se le da a la palabra de una persona en una ocasión determinada. Si partimos de la premisa de que toda forma de impotencia social es susceptible de ser objeto de prejuicios, se deduce que ser pobre probablemente se caracterice por experiencias de injusticia de testimonio.
Un ejemplo de este tipo de prejuicio es la idea muy expendida de que las personas en situación de pobreza toman generalmente «malas decisiones» en cuestiones alimentarias. A veces se considera que no comen alimentos sencillos y sanos, como verduras frescas. Sin embargo, esta percepción desde fuera puede estar falseada por la ignorancia que hay sobre las limitaciones o las presiones que pesan sobre estas personas que no tienen en su casa una nevera que funcione, o que tienen unos horarios de trabajo imprevisibles que les impiden planificar de forma exacta cuándo van a poder comer, y sobre todo cocinar utilizando una energía costosa, por lo que es probable que se desperdicien las verduras frescas (que por lo demás, son más caras que los alimentos procesados). Este es solo un ejemplo de la racionalidad que se oculta detrás de la toma de algunas decisiones que puede ser mal interpretadas por personas ajenas a la situación. Como ignoran lo que es vivir sin el dinero necesario para cubrir las necesidades básicas, tienen una percepción distorsionada de otros seres humanos y de lo que dicen.
Si reflexionamos ahora sobre la injusticia hermenéutica —el otro tipo de injusticia epistémica que describo en el libro— la relación con la pobreza es aún más directa. Me enfrento a la injusticia hermenéutica cuando pertenezco a un grupo social que contribuye muy poco a la creación de conceptos y significados sociales compartidos (en relación con uno o diversos ámbitos de la experiencia social), y cuando esta infracontribución no se elige, sino que es el fruto de operaciones de poder. Yo califico a esta situación como «marginación hermenéutica». Imagínese ahora que yo intentara describir una de mis experiencias, pero que fuera incapaz de hacerle comprender a la otra persona lo que quiero decir porque ella no comparte uno o varios de los conceptos necesarios para ello.
Se trata de un caso de injusticia hermenéutica en la medida en que el hecho de que no pueda ser comprendida en el espacio social no es accidental, ni algo que yo he elegido, sino más bien el resultado de un riesgo injustamente elevado de ininteligibilidad al que me veo expuesto, ya que estoy en situación de marginación hermenéutica.
Tomemos por ejemplo a una persona que intenta criar sola a sus dos hijos en unas condiciones de precariedad alimentaria grave. Quizás vive gracias a subsidios del Estado o a las ayudas de la ONU. Se trata alguien que podemos decir que está en situación de marginación hermenéutica, en tanto en cuanto no contribuye a la fabricación de conceptos y significados sociales compartidos igual que los miembros de otros grupos, que pueden hacerlo a través de su trabajo como, por ejemplo, periodistas, profesionales sanitarios, hombres de negocios o a través de las redes sociales. Simplemente, esta persona no tiene ocasión de ejercer este tipo de microinfluencia sobre los términos mediante los que interpretamos generalmente el mundo social. Así, cuando intenta explicarle al médico que no le es posible incluir más verduras frescas en la dieta de sus hijos y el médico la mira sin comprenderla, se puede tratar de un caso de injusticia hermenéutica: si no consigue que el médico la entienda, es porque este no comparte el conjunto de significados sociales necesarios para comprender lo que ella le explica ni la dificultad de elegir en una situación de precariedad económica.
El resultado es un déficit injusto de inteligibilidad cuando ella intenta explicar su situación; además, puede dar lugar a otros resultados prácticos negativos para ella: por ejemplo, ser juzgada como una madre negligente, lo que podría tener consecuencias desastrosas en sus perspectivas dentro de un sistema de seguridad social, por no hablar de las consecuencias sobre su propia autoestima y su sentimiento de reconocimiento social. Si encuentra apoyo dentro de la comunidad a la que pertenece, en un grupo en el que se comprendan bien sus experiencias porque existen numerosos conceptos locales, específicos al grupo (y quizás también en el que puede compartir sus frustraciones en cuanto a la comunicación), entonces dispondrá de recursos positivos para mantener la autoestima y podrá tener confianza en la manera en la que da sentido a su vida. Pero si no es así, si la persona está aislada y carece de una comunidad, puede perder el sentido de su identidad.
El aislamiento hermenéutico puede ser un desafío para cualquiera, pero cuando este se añade a otras formas de impotencia y de desventaja, acrecienta las dificultades de la pobreza de manera que puede socavar el sentimiento de ser alguien de una persona.
¿Cuál es su concepción de la justicia epistémica actual? ¿De qué tipo deberían ser los cambios institucionales para poder promoverla? ¿Piensa usted que la investigación participativa, como la del Cruce de saberes y las prácticas promovidas por ATD Cuarto Mundo, pueden contribuir a los cambios institucionales en la lucha contra las injusticias relativas al saber, en particular a los que afectan a los más pobres?
Pienso que debemos ser más plurales en cuanto a la mejor manera de aumentar la justicia epistémica en diferentes contextos institucionales. Según las situaciones, pueden ser necesarios remedios, soluciones o precauciones muy diferentes. A veces, los ideales de virtud epistémica individual pueden desempeñar un papel. Para un trabajador social, un profesor o un profesional de la salud, sin duda es necesario desarrollar habilidades de escucha y de resistencia a las pautas de atribución que perjudican a la credibilidad, por ejemplo. (Lo ideal sería que poseyéramos estas habilidades no solamente en el momento, sino de manera fiable en el tiempo y en los diferentes contextos, porque están guiadas por rasgos de personalidad buenos. Cuando estas habilidades se estabilizan así, se convierten en virtudes). Pero lo más importante es que los procedimientos y procesos institucionales se elaboren de manera que fomenten interacciones epistémicas saludables.
El tipo de investigación participativa que usted menciona es sin duda esencial para mejorar la concepción de las instituciones y los servicios que se ofrecen a las personas que más lo necesitan. Comprender lo que significa vivir en la pobreza, en los diferentes contextos culturales, y cuáles son realmente las presiones psicológicas, los traumas emocionales y las limitaciones que afectan a las decisiones de esas personas en la vida real, no puede hacerse desde fuera.
La comprensión que necesitamos debe provenir de las personas que viven ese tipo de vida, de manera que, sin agobiarlas todavía más, tengan la posibilidad de participar en los debates que pueden conducir a cambios útiles.
Este tipo de interacción ilustra en sí mismo un momento de justicia de testimonio en el que las personas son escuchadas sin prejuicios; y también representa un momento en el que la marginación hermenéutica disminuye, porque al ser escuchadas sin prejuicios, estas personas son capaces de introducir nuevos conceptos y modos de comprensión social dentro de una conversación y, ¿quién sabe?, quizás también de enriquecer el conjunto de significados y comprensiones sociales que todos compartimos.