Éxodo rural: Burkina Faso, palabras reales
Por un día, personas en situación de pobreza en Burkina se convierten en profesores y transmiten su conocimiento y experiencia a los demás participantes; reunidas bajo un porche y a la luz de una inscripción que resume bien la iniciativa: «¡Qué quien cree no saber enseñe a quien cree saber!». En esta ocasión, la reunión de los «Encuentros en La Cour» abordaron las cuestiones siguientes: ¿Por qué abandonamos a nuestras familias? ¿Cuáles son las consecuencias actuales del éxodo rural en Burkina Faso?
Hay ciertas frases que necesitan expresarse y ser escuchadas, sobre todo cuando han dado demasiadas vueltas en la cabeza sin tener la oportunidad de salir y, por fin, ¡el contexto lo permite!. Y es lo que sucede esta mañana, en este clima de respeto mutuo que comparten estas personas que, sin embargo, en muy pocas ocasiones están juntas. Hoy, en este mismo espacio, están reunidos jóvenes que viven desde hace años en las calles de Uagadugú, un director de una asociación, mujeres de un asentamiento cercano a Nagren, un comisario de policía, campesinos de la región de Ganzurgú, mujeres del Centro Delwende, un funcionario del Ministerio de Servicios Sociales, personas que viven en situación de exclusión en sus propios barrios, una periodista de radio Savane FM y amigas y amigos de ATD Cuarto Mundo Burkina Faso que han venido a la reunión a colaborar en labores de traducción.
Las presentaciones se han preparado previamente en las numerosas reuniones realizadas con el fin de permitir a cada persona expresar su experiencia, a menudo dolorosa, encontrar las palabras y enriquecer tanto su pensamiento como el de las demás personas. De este modo, cuando llega el día de la reunión, ¡las palabras emergen!.
«No nos comprenden…»
El Sr. Sayoba no puede por mucho tiempo retener sus palabras: «Yo vivo solo en Nioko 2, cada día vengo a ganarme la vida al centro de la ciudad. Para poder regresar por la noche, es necesario tener dinero para pagar el transporte. Pero si no gano nada, no puedo regresar; también es necesario tener dinero para regresar al día siguiente… por eso, en ocasiones duermo en la ciudad. Pero, cuando la policía te ve por la noche en la ciudad, piensan que eres un ladrón, no entienden… y te quieren llevar». Se vuelve a sentar, aliviado después de haber podido hablar, sin que se burlen de él, sin que lo interrumpan. Después, durante una hora y media, cerca de treinta personas tomarán la palabra en su nombre propio o en el de personas cercanas. El objetivo de esta mañana: que el Sr. Sayoba ya no tenga que decir «no nos comprenden…», que se escuche, comprenda y respete a las personas en situación más grave de pobreza. El animador va cediendo la palabra a cada persona para explorar conjuntamente los diferentes aspectos del tema del día. Evelyne, que viven en el pueblo, explica de manera sencilla: «Los jóvenes ya no quieren cultivar, por eso vienen a la ciudad». Jean continua:
- «Algunas niñas y niños viven en la calle porque sus familias son pobres. En la escuela sufren la humillación de los demás niños. Deciden abandonar sus lugares para ir a la ciudad y probar suerte».
Cédric, un niño que vive en la calle confirma: «Mi madre está enferma, mis hermanas pequeñas trabajan; no podía quedarme así en casa, me fui a la ciudad a buscar trabajo. Hasta ahora no lo he encontrado». Alain, campesino, toma la palabra: «Es cierto que es la pobreza lo que hace que las personas tengan que marcharse, pero también se marchan por la discriminación. Cuando vives con otras personas y te discriminan, sientes que te tienes que marchar. Si las personas ricas te marginan, también te vas a marchar para conseguir ser rico y que un día te puedas sentar con ellas».
Las consecuencias de este éxodo
Las consecuencias para la persona que se tiene que marchar: «Cuando vienes a la ciudad, si encuentras trabajo, te sientes reforzado e incluso puedes enviar dinero al pueblo. Pero si no es así, no puedes volver porque piensas que es una vergüenza no poder enviar nada, entonces, prefieres quedarte en la ciudad, vagando», explica Nourou, que desde hace años no ha regresado al pueblo. Uno de sus compañeros de desgracias replica: «Si vives en la ciudad, tu corazón se endurece, no te puedes plantear regresar a tu hogar, salvo si tienes problemas. Al principio no tienes tiempo para preocuparte de las personas que has dejado atrás, lo que has venido a buscar ocupa todo tu pensamiento. Dejas de calcular el tiempo, hasta el día que te das cuenta de que ha pasado demasiado tiempo… y entonces, a menudo, es demasiado tarde». Bajo el porche se respira un clima denso, cada persona va tomando conciencia de la profundidad de lo que se dice y de los esfuerzos que algunas personas hacen para poder hablar en público.
¿En qué se ha convertido esta ciudad, Uagadugú, que atrae a toda esta juventud? Suzette cuenta como en su asentamiento, «Cuando éramos pequeños no era igual. Antes, conocíamos a todas las personas, nos ayudábamos mutuamente… Nos uníamos cuando había una celebración. ¡Ahora ya no es así! ». Por último, el Sr. Allassane continúa diciendo: «Cuando un joven deja el pueblo, si hay una buena persona que se ocupa de él, enseguida puede tener éxito. Pero si no cuentas con eso, te vas a encontrar en la calle, incluso si no haces nada, te van a acusar de cometer delitos y te van a golpear y encarcelar y, al cabo de un tiempo ya no tendrá ningún impacto e incluso puede que te conviertas en un delincuente».
¿Cuál es el futuro de nuestros pueblos, vacíos de todas sus fuerzas? El Sr. Idrissa, campesino en la región de Ganzurgú, explica: «Cuando tu hijo te deja para ir a la ciudad, las dificultades se suman a las dificultades. Vivías en la pobreza, y ahora te ves en la miseria…». El Sr. Jacques, del mismo pueblo, continúa con la misma idea: «Cuatro jóvenes de nuestro pueblo dejaron sus familias para ir a Uagadugú. Pero en realidad, añadieron su propio sufrimiento al sufrimiento de sus familias, pues encuentran muchas dificultades en la ciudad y ¡ni siquiera pueden pagar el transporte para regresar!». Su vecino no es más optimista y explica: «Cuando un niño se va de esta manera, ya no hay alegría en la familia. Tú te vas, pero las dificultades se quedan y se agravan».
El derecho a fracasar
Podemos vivir una buena experiencia en la ciudad, encontrar un buen trabajo y ganar honradamente para poder ayudar a la familia. Pero para eso, es mejor no marcharse a probar suerte, nos recuerda Germain, que después de muchos años en situación de calle ha logrado encontrar una estabilidad en la recuperación de metales: «Uno de mis tíos quería venir a Uagadugú. Le pregunté si tenía dónde vivir y también cómo sobrevivir. Dijo que no. Entonces le aconsejé que se quedara en el pueblo. Actualmente un joven no tendría que dejar el pueblo si no tiene a alguien antes que le haya encontrado un trabajo en Uagadugú». El Sr. Ahmed, campesino, insiste: «Yo me fui y regresé. Aconsejo a quienes se han marchado que regresen pronto, de lo contrario nadie les reconocerá y será muy difícil volver». Pero muchas de las personas se preguntan cómo podemos aconsejar a nuestras hijas e hijos para que no se dejen seducir por los cantos de sirena de la ciudad. Suzette dice: «También es necesario sensibilizar a las familias pues algunos empujan a sus hijos a marcharse a la ciudad. Sin embargo, ¡no todo el mundo puede tener éxito!». Entonces, aparece como una revelación el derecho al error, al fracaso:
- «Lo que hace que las personas no vuelvan al pueblo es el hecho de no haber logrado conseguir nada. Se fueron porque eran pobres y siguen siendo pobres, es la vergüenza lo que les hace mantenerse en la ciudad»,
afirma el Sr. Ahmed, pero pronto retoma Nourou, como para conjurar esta vergüenza del fracaso que le ha condenado a la calle: «Un joven que no tiene éxito en la ciudad debería volver. Va a ayudar a su familia y será útil. Es mejor que quedarse en la ciudad y convertirse en un delincuente».
Por último, muchos participantes contribuyen con diferentes ideas sobre las iniciativas que se pueden llevar a cabo para mantener las fuerzas vivas del pueblo, como la multiplicación de pequeños embalses para que los jóvenes puedan cultivar huertos durante la época seca, la construcción de Centros Juveniles donde puedan reunirse y realizar actividades culturales o los centros de formación profesional.
Pero esta lección magistral estaría incompleta si no se tiene en consideración las reacciones y el debate con los invitados. Lo más destacado fue, sin duda, la intervención del comisario de policía. «Esta reunión me ha permitido conocer las diferentes causas del éxodo rural y, sobre todo, sus consecuencias. Mañana, cuando esté frente a un niño en situación de calle me voy a preguntar «¿por qué este niño está en estas condiciones?», en lugar de limitarme a reprenderle. Sin este encuentro, no habría tenido la posibilidad de pensar en ello». Las personas presentes aplaudieron mucho la intervención del comisario. El animador recordó que fueron los niños quienes insistieron sobre la presencia de la policía para que pudiera comprender mejor su situación.
Los debates informales se prolongaron durante mucho tiempo en torno al responsable de la Policía Nacional que entendía la importancia de tomar tiempo «pues si vivimos alejados unos de otros, ¡realmente es difícil lograr comprederse!».
El interés de este proyecto de encuentros es poder seguir creyendo, en este tiempo de miedo y de riesgo de fractura social, que podemos resistir a la violencia y a los prejuicios intentando incesantemente encontrar a las demás personas, empezando por quienes no se parecen a nosotros.