Construir nuestro futuro conjuntamente
Artículo escrito por Jonathan Roche, voluntario permanente de ATD Cuarto Mundo, y publicado originalmente en la Revue Quart Monde n° 263 que aborda la cuestión de los retos que atraviesa la Democracia en nuestros días (esta publicación es en francés).
Jonathan es actualmente el responsable del fondo de archivos fotográficos en el Centro de Memoria e investigación Joseph Wresinski en Baillet-en-France.
Es este artículo, Jonathan reflexiona sobre lo que aprendió viviendo en la comunidad rural de Cuyo Grande, Perú, tanto en las diferentes concepciones que existen de entender los Derechos Humanos, como de la fuerza de la comunidad y la construcción comunitaria, para resistir a la pobreza y la exclusión.
Definir la comunidad
En este texto, Joseph Wresinski nos habla del «vivir juntos». Y no puedo estar más de acuerdo con él tras haber vivido cuatro años en la comunidad rural de Cuyo Grande, en Perú. Allí he experimentado lo mismo que Joseph Wresinski describe en estas líneas.
En Cuyo Grande, he visto cómo es la vida comunitaria y he participado en ella junto con mi familia. La vida comunitaria no es solamente participar de vez en cuando, sino que nuestra vida está profundamente entrelazada con la de los demás.
- Construimos nuestro futuro conjuntamente. Quiero insistir en este «nuestro», y no «su» futuro, puesto que es una experiencia común en la que nuestra contribución no se mide en relación al tiempo vivido en la comunidad, sino en relación a nuestra capacidad de estar disponibles para los demás y a nuestra implicación en la vida de la comunidad.
Pertenecer a la comunidad
Participé en trabajos para la comunidad. Recuerdo cuando estábamos arreglando el estadio de fútbol y un compañero, Alfonso, se acercó a mí preocupado. Hacía tres años que vivíamos en la comunidad e íbamos a volver a Francia. Alfonso creía que nos marchábamos definitivamente. Le dije que no, que sólo íbamos durante las vacaciones.
Esto lo alivió y me dijo:
«Aquí os apreciamos mucho porque estáis siempre con nosotros, compartís todo con nosotros y hacéis lo mismo que nosotros».
Joseph Wresinski nos habla del trabajo no remunerado por la comunidad, de la pertenencia a la vida comunitaria. Yo no nací allí, solo viví durante algunos años. Sin embargo, me he sentido como en casa, como si hubiese vivido allí desde siempre, como si ese fuera mi lugar. Y mi familia también se sentía así.
Nuestros hijos se han educado en las escuelas de Cuyo Grande, hemos podido acceder a la sanidad de Cuyo Grande, hemos compartido las mismas inquietudes que los otros comuneros1 por una educación mejor para nuestros hijos, por mejores carreteras, por un mejor estadio de fútbol, por la construcción de una nueva iglesia, por la reparación del mercado comunal. Gracias a esta experiencia, me he dado cuenta de que la vida comunitaria me hace ir más allá de mis propias convicciones.
«Estoy aquí por mi comunidad»
En esta comunidad, conviven diversas religiones (las principales son la católica y la evangélica). A veces se dan desacuerdos sobre las ideas y las espiritualidades de cada cual, pero lo que me sorprendió es que la pertenencia a la comunidad hace que la gente esté más tranquila y unida.
Me eligieron Varayoq2 en 2017. La comunidad me pidió, junto con otros tres comuneros, representar a la comunidad de Cuyo Grande en la ciudad de Pisac. Con la nuestra, había once comunidades campesinas representadas. Esto me hizo preguntarme muchas cosas sobre mi presencia en ese lugar, ya que, después de todo, soy extranjero y no soy creyente. Ir a la iglesia todos los domingos representaba para mí todo un desafío. Tras varios domingos, me di cuenta de que en la iglesia católica no era el único que no hacía los gestos de la misa como el resto de la gente.
Me acerqué a uno de los Varayoqs que pertenecía a otra comunidad campesina (Wender) y le pregunté:
- «¿Por qué no haces los gestos en la misa como el resto de la gente?»
- A lo que me respondió: «Soy evangélico, no católico».
- Le pregunté: «¿No es difícil para ti?»
- Él me respondió: «Estoy aquí por mi comunidad, me necesita y por eso estoy presente».
Ese día aprendí mucho sobre la pertenencia a la comunidad. Cuando leo la siguiente reflexión de Joseph Wresinski, no puedo evitar hacer un paralelismo con la gente pobre de mi país, Francia: ¿En qué medida pertenecen a la vida comunitaria?
Es tal cual la realidad de Europa. «Los países de los derechos individuales actúan al revés de cómo actúan los países de los derechos comunitarios». Esta cita de Wresinski es fundamental y formadora para mí. Me hace pensar que no es la gente pobre la que se excluye, no son sus vecinos quienes los excluyen, son los derechos individuales.
Esta idea, esta teoría, este concepto que plantea que el ser humano puede ser libre sin contar con los demás es lo que crea la miseria y excluye a las personas.
Ahora entiendo mejor a Wresinski cuando dice que tener en cuenta los derechos de la gente pobre debe ser indiscutible o, para decirlo en sus propios términos, «incuestionable».
Una prioridad, rechazar la miseria
El pensamiento de Wresinski ha reforzado mi compromiso con las personas más desfavorecidas, ayudándome a ver con claridad que el rechazo a la miseria es lo prioritario. Ahora entiendo mejor el término «exclusión social».
- Gracias a Wresinski y a Cuyo Grande, he aprendido que la vida comunitaria es construirse juntos, construir una paz común. También he aprendido que combatir la miseria de manera individual no puede desembocar en una paz común, sino en una paz selectiva y frágil, en la que las personas más pobres sufren la paz de los demás con violencia y en silencio.
Encuentro las reflexiones de Wresinski muy avanzadas para su época, e incluso con respecto a la mía. Tras la lectura del libro «Rechazar la miseria. Un pensamiento político que nace de la acción» (titulado originalmente en francés Refuser la misère. Une pensée politique née de l’action), me he preguntado por qué no lo había leído antes. Pero creo que es necesario tener ciertas referencias para entender este libro. Yo adquirí estas referencias en Cuyo Grande, participando en la vida comunitaria.
Este libro es una provocación y enseña a nuestros países de los derechos individuales sobre el saber, la fuerza, la inteligencia y la resistencia de las personas más pobres y sus contribuciones a nuestra sociedad.
A mí parecer, la mayor provocación de esta obra es su atrevimiento a unirse a las personas que se encuentran en situación de mayor pobreza.
- Habitantes censados en la aldea.
- Originalmente, el Varayoq es el jefe de la comunidad (alcalde). Es una gran responsabilidad. El Varayoq forma un equipo de cinco miembros: el Varayoq, su segundo y tres soldados (la guardia del alcalde o el Regidor). Hoy en día, el equipo de Varayoqs es una emanación de una tradición de las comunidades campesinas muy ligada a la religión católica.