Arraigar la rebeldía

Foto: Jean y Fabienne Venard, Encuentro de los compromisos en Burkina Faso, 2016 © ATD Cuarto Mundo


Entrevista con Jean Venard, voluntario permanente del Movimiento ATD Cuarto Mundo.

¿Qué es un voluntario o una voluntaria permanente?

En el corazón del Movimiento ATD Cuarto Mundo, hay personas que viven en situaciones muy precarias y que no sólo quieren salir de ellas, sino también ayudar a otras a hacerlo. El objetivo del Movimiento Cuarto Mundo es erradicar la pobreza en el mundo. Junto a estas familias que viven en la pobreza, hay un cierto número de personas a las que llamamos “voluntarios” y “voluntarias” en nuestra jerga. Somos unos 400 voluntarios y voluntarias en el mundo, de unas cuarenta nacionalidades diferentes, que actúan en unos cuarenta países.

Los voluntarios y voluntarias procedemos de una gran variedad de formaciones, edades, culturas y creencias. Lo que tenemos en común es ante todo un objetivo, el de participar en la construcción de un mundo que no deje a nadie atrás o, prefiero decir, “en la estacada”. Tenemos un enfoque de eficacia que consiste en intentar no perseguir este objetivo en solitario, sino, por el contrario, dentro de un grupo de personas comprometidas. También compartimos la misma brújula a la hora de decidir hacia dónde orientar nuestras acciones.

Esta brújula siempre nos apunta hacia el destino de las personas más pobres. Por poner un ejemplo, cerca de donde vivo ahora, en Ile-de-France, hace unos años, un municipio inició un proyecto de “pulmón verde”. Este proyecto gozaba de consenso hasta que el Movimiento Cuarto Mundo descubrió que esta hermosa idea escondía un objetivo oculto: obligar a las comunidades itinerantes a abandonar la tierra en la que vivían desde hacía 40 años. Para mí, este es un ejemplo típico de un proyecto que ignora el destino de las personas más pobres.

Llevar una vida feliz

Soy voluntario del Movimiento ATD Cuarto Mundo desde hace unos 30 años. No me imaginaba que me quedaría tanto tiempo. Para mí, lo esencial es llevar lo que yo llamo una vida feliz. Doy fe de que se puede llevar esta vida feliz construyéndola con personas en situación de pobreza, de las que se suele decir: “Son unos fracasados”. Esta es, para mí, la manera de tener éxito en la vida.

En mi trayectoria como voluntario, he alternado el trabajo codo con codo con personas muy pobres y el trabajo para la organización del Movimiento. Este es el caso de todo el voluntariado del Movimiento ATD Cuarto Mundo. Esto me ha llevado a Burkina Faso con niños y niñas que vivían en la calle, a Madrid con familias que vivían en barrios marginales, a Bangui con niños y niñas de los barrios periféricos. Desde hace dos años, estoy en el Centro Internacional del Movimiento y, con mi taladro y mi martillo, intento hacer que los lugares estén presentables. Trato de que sean un orgullo para las personas que van a formarse allí. Al alternar misiones largas y cortas, mi carrera ha sido muy variada.

Obra de jóvenes en el centro internacional, 2019 © ATD Cuarto Mundo

Si tuviera que resumirlo en una frase, diría que esto me ayuda a arraigar mi rebeldía. Antes de ser voluntario, participé en manifestaciones contra la ampliación del campo de Larzac, cuando nunca había visto una oveja en mi vida, y contra las Prisiones de Máxima Seguridad en Alemania, cuando nunca había pisado la cárcel. En verdad, yo era un rebelde en aquel momento. Arraigar la rebeldía no es ser rebelde contra todo.

Para ser más preciso sobre lo que me aporta este compromiso, tengo que referirme a situaciones que he vivido, especialmente con dos mujeres, Manuela y Asunción, en Madrid. En aquel momento, iba a participar con ellas en una reunión organizada por una red europea de lucha contra la pobreza. Antes de la reunión, los organizadores habían entregado a cada participante una cámara desechable con la consigna “Intente ilustrar su lucha diaria contra la pobreza”. Manuela y Asunción habían hecho un auténtico reportaje sobre cómo recogían alimentos de los contenedores de un supermercado.

En doce fotos, explicaron su técnica con mucha precisión. Antes de la conferencia, me hablaron de sus fotos: “Cuando viene alguien, hacemos como si tiráramos una bolsa al contenedor –me destacaba– porque, después de todo, tenemos dignidad”. Así que había algo que mostrar, pero cuando era el momento de hacerlo, de repente cundió el pánico. Ya no querían mostrar las fotos. “En la sala –dijeron– seguro que hay trabajadores sociales. Después se lo dirán al juez y el juez se llevará a nuestros hijos porque dirá que nuestros hijos están comiendo de la basura.”

Aprender de los más pobres

Esta historia me impresionó profundamente, porque me hizo comprender de manera impactante que la pobreza impide a las personas expresarse. A pesar de su valentía, les resulta a menudo imposible hablar de lo que viven y soportan. Están atrapados en el silencio porque su propia resistencia puede volverse en su contra.

Manuela y Asunción también me enseñaron que podían sentirse orgullosas. Tuvimos la idea de preparar una exposición con las familias que conocíamos. Ambas mujeres se mostraron muy motivadas y dijeron: “La gente tiene que saberlo. Si realmente supieran lo que llevamos dentro, no nos hablarían como lo hacen.”

Buscamos un lugar para presentar esta exposición y, para ello, nos reunimos con su trabajadora social. Manuela le dijo:

“Veo que tienes miedo cuando vengo. Porque sabes que cada vez te traigo un problema. Pero hoy, te traigo una alegría: hemos preparado una exposición. ¿Puedes ayudarnos? ¿Puedes hablar con el ayuntamiento para que la presentemos?”

Estas son las experiencias que me han moldeado. Mi compromiso como voluntario consiste en aprender de estas personas que viven en la extrema pobreza y considerarlas con inteligencia, amor y libertad.

Liberarse de los prejuicios

Ser capaz de liberarse de los prejuicios que cada persona se construye, sobre todo a lo largo de su educación. Alguien formado como educadora piensa que primero debe educar. Alguien formada como médico piensa que primero debe tratar a pacientes. Alguien bien formado, incluso piensa que sabe lo que se necesita para las personas en situación de pobreza y se olvida de que puede aprender de ellas. Mi libertad consiste en ser libre de aprender de los demás.

De hecho, ser voluntario o voluntaria del Movimiento ATD Cuarto Mundo es un trabajo, en el sentido de que requiere un aprendizaje. Lo principal que se aprende es a construir una relación justa con personas cuya vida entera está restringida por la injusticia. Y este saber estar en relación con personas muy pobres, aplastadas por la miseria, da sentido a mi vida.

Por supuesto, esto también ayuda a construir una relación justa con un vecino, un alumno, una pareja o aquel cuñado que es tan molesto. Sin embargo, conseguir construir una relación con personas muy pobres es una especie de prueba de la verdad. Se trata de desarrollar la capacidad de ver a la otra persona, no como un pozo sin fondo, lleno de necesidades y carencias, sino como alguien que puede aportarle algo.

Algunas palabras que me sirven de referencia

En primer lugar, comprometerse de forma responsable. Algunas personas recomiendan “no involucrarse demasiado”, especialmente con los niños y las niñas, porque tienen un padre o una madre, cuyo lugar no debe ser ocupado. Prefiero decir que me comprometo no sólo con un niño o una niña, sino también con su familia, que existe aunque no la conozca. Me comprometo a respetar el vínculo que existe entre este niño o niña y su familia, entre este niño o niña y la comunidad en la que se acoge y que seguirá presente cuando yo no esté. Eso es importante. Por tanto, no es un signo de menor compromiso, sino de un compromiso más inteligente y, sobre todo, responsable.

En segundo lugar, comprometerse con la sobriedad. La sobriedad de medios, para mí, es esencial. Como voluntario no se gana mucho dinero, pero afortunadamente hay muchas cosas que se pueden hacer cuando se lleva una vida sobria.

Por último, el compromiso de vivir en comunidad. Si uno quiere comprometerse con el mundo, una inmensa comunidad humana de casi 8 000 millones de personas, es esencial aprender a vivir en comunidad. Una comunidad de personas que no se eligen entre sí, pero que aceptan apoyarse los unos a los otros. Vivir en comunidad previene contra la tentación de desempeñar el papel de maestro a escala mundial.

Cuestionar los modos de funcionamiento habituales

Vivir en comunidad a escala mundial nos obliga a cuestionar algunos modos de funcionamiento habituales de nuestras sociedades. Por ejemplo, el Voluntariado Internacional de ATD Cuarto Mundo no está diseñado para que sólo los europeos y las europeas vayan en misión a los países del Sur. Un burkinés puede ir a Canadá y una guatemalteca a España.

Debido a su país de origen, los voluntarios y las voluntarias están en desventaja en cuanto a cobertura médica y protección social. Esto nos llevó a poner en marcha un sistema de solidaridad. Por ejemplo, los voluntarios y las voluntarias que trabajan en Francia reciben el salario mínimo del país, pero en realidad sólo se quedan con una parte y ponen el resto en el fondo comunitario. Este fondo permite cubrir los gastos de quienes no cuentan con un sistema de seguro médico. Tratamos de enfrentarnos en comunidad a los obstáculos causados por nuestro rechazo a ciertas desigualdades.

Vivir en comunidad también nos llevó a reflexionar sobre los modos de gobernanza. Favorecemos la horizontalidad, pero sin sesgo ideológico. Tomamos como brújula la necesidad de dar cabida a las voces que no suelen ser escuchadas, lo que nos obliga a imaginar formas originales de tomar decisiones, incluso dentro de nuestra delegación general.