¡Al encuentro de su humanidad!
A Armando lo conocimos en la zona 3, durante los talleres artísticos semanales que anima ATD Cuarto Mundo Guatemala en la capital y que permiten compartir momentos de paz, creatividad y de diálogo con las personas que sobreviven en las calles, alrededor del basurero de Guatemala ciudad.
Años atrás, Armando había sido pastor evangélico y todos le llamaban “el Pastor”. Cuando estaba lúcido era muy agradable platicar con él. Le gustaba saber lo que pensábamos de la vida y de la muerte, nos contaba los peligros de la calle, lo cansado que resultaba sobrevivir en ella, pero también nos hablaba de sus compañeros, de la manera cómo se apoyaban… Compartía con nosotros sus sueños, y nos preguntaba por los nuestros. Intentó varias veces liberarse del proceso de autodestrucción en el que estaba inmerso y tras muchos intentos y fracasos, por fin un día logró salir del laberinto de la droga y dejar la calle. Un par de años después, se convirtió en responsable de uno de los centros de rehabilitación que hay en la capital, y al poco tiempo, volvió a visitar a la gente de la zona 3 donde había vivido tantos años. Cuando Oscar Daniel, otro de los hombres que conocíamos se recuperó de un accidente que le dejó casi paralítico, no encontrábamos a nadie que quisiera hacerse cargo de él. Estaba muy destruido por la droga y la vida de años en la calle. El “Pastor” fue el único capaz de recibirle en su centro. Le ofreció la posibilidad de encontrar un lugar donde experimentar otra vida, aportar en la organización y recibir otra cosa más que palos, atropellos y golpes. Habíamos escuchado muchas veces que Oscar Daniel nunca sobreviviría a la calle. Todos lo pensamos alguna vez viendo lo dañado que estaba, pero “el Pastor” hizo posible que dejara la calle, que pudiera vivir plenamente de nuevo.
- A pesar de las drogas, del sufrimiento vivido, de la degradación a la que conduce la vida en las calles, alrededor del basurero, las personas que viven en él conservan plenamente su humanidad, profundamente anclada en su interior, “protegida” en cierta manera. Descubrirla es una suerte, un regalo, una fuente de esperanza….
Aunque se pueda tener la impresión muchas veces de que su vida no cambia y no sirve para nada lo que hacemos, estar ahí, cuidar estas relaciones es significativo y nos mueve otra cosa más que los “resultados”: tenemos la convicción de que toda persona es un regalo que descubrir y no podemos abandonar a nadie en la indiferencia, ni perdernos la oportunidad de conocerlos y apreciarlos. Nos permite conectar con esta humanidad que se salvaguarda en el interior de cada persona a pesar de la miseria. Gracias a que nos hemos hecho un sitio en su vida, en su vida cotidiana, en sus corazones, hemos podido “demostrar” que nos importamos mutuamente y que pueden contar con nosotros aunque no siempre estemos a la altura y no podamos evitar las desgracias que golpean sus vidas.
Mynor lo explica con sus propias palabras: “Mirando un poquito el camino de mi vida en la calle, lo que me pesa o me afectó bastante, era la cuestión de discriminación por pertenecer a un grupo de calle (…) siento que detrás de toda persona, sea cual sea la situación, hay algo más fuerte que no se puede ver con los ojos…
- Lo que yo necesitaba era alguien que me escuchara. Más que nada era eso, la cuestión de la comunicación. La necesidad de poderme comunicar. ¡Qué bueno que haya personas así, que desinteresadamente te puedan escuchar! Fue importante para mí…
Hoy me siento más capaz de escuchar a otros. De hecho desde que empecé a estudiar estoy determinado: quiero ser psicólogo…”
Cuando decimos que en ellos existe esa humanidad, no es únicamente algo de tipo espiritual o abstracto. Lo que nos permite afirmar eso con fuerza y creerlo profundamente es que al hacer camino juntos somos testigos de estos gestos concretos, actitudes cotidianas de unos hacia otros, y de ellos hacia otras personas que no están en ese infierno de la vida en la calle y la droga. Estas experiencias nos muestran que es posible construir puentes entre seres humanos con experiencias de vida muy distinta y tener una relación entre los “sin” y “con” techo. Aun si las condiciones de estos encuentros pueden ser difíciles, esta relación es un acto, una propuesta para encontrarnos, una consideración hacia estos hombres y mujeres. Porque cuando dos amigos viven en la calle pero juntos se cuidan el uno al otro, es dignidad. Cuando un ser humano es escuchado y otro lo escucha, es dignidad. Cuando el afecto es lo que se entrega y no solo un par de zapatos, es dignidad. Cuando una mujer en estado visible de desnutrición alimenta con un “ricito” al hombre ciego a quien ama, es dignidad. Cuando viviendo entre la basura, quedan ganas de vivir, es dignidad. Cuando se busca la paz, a pesar de haber recibido tanta violencia, es dignidad. Y es que desde la dignidad, todos cabemos igualmente en el mismo mundo o, como dice Paul
- “nadie está fuera de la humanidad”.
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