Homenaje a las víctimas de los abusos institucionales, pasados y presentes

Discurso en la isla de Gorée, Senegal, octubre de 2024

 La trata atlántica de esclavos se cobró más de 15 millones de víctimas. Arrancados de su tierra, de sus familias y de su cultura, estas mujeres, hombres, niñas y niños fueron enviados a Haití, Brasil y otros países de América. Se calcula que más de 2 millones de ellos perdieron la vida durante la travesía y fueron arrojados al fondo del océano. Los que llegaron, vivieron el infierno. Estas tierras también estaban habitadas por pueblos indígenas que fueron brutalmente exterminados.

Privados de su identidad, estas mujeres y hombres deportados fueron considerados mercancías en lugar de seres humanos. Fueron explotados y sometidos a numerosas formas de violencia. Se les negó el derecho a practicar su identidad cultural, su espiritualidad e incluso a conservar su propio nombre. Las instituciones establecidas en la época -iglesias, gobiernos y poderes económicos – fueron cómplices de esta inmensa atrocidad, e incluso les prestaron un gran apoyo.

Hoy todavía llevamos las cicatrices de aquel periodo, que marcan nuestros cuerpos y toda nuestra existencia. También están en el origen de muchas prácticas que siguen sometiendo a amplios sectores de la población a ambos lados del Atlántico a situaciones insoportables de miseria y exclusión. Sobrevivir al sistema inhumano de la esclavitud exigía resistencia, fuerza e inteligencia, que estas mujeres y hombres aprendieron a desarrollar. Ya fuera organizándose en marronnage, creando revueltas contra sus señores o redes de solidaridad en las plantaciones, siempre buscando otras estrategias, lucharon por su libertad.

En Haití, esta resistencia individual de los esclavizados desembocó en un levantamiento colectivo. En la noche del 13 al 14 de agosto de 1791, un esclavo sublevado, Boukman, organizó una ceremonia política y religiosa en Bois-Caïman con un gran número de esclavos de diversas tribus africanas. La sacerdotisa mambo, Cécile Fatiman, sacrifica un cerdo negro y los presentes beben su sangre para volverse invulnerables. Boukman ordena entonces un levantamiento general. El vudú fue un catalizador en la revuelta de los esclavos en Haití. La fundación de Haití fue el resultado del levantamiento antiesclavista dirigido por estos esclavos cimarrones en 1791, que condujo a la independencia del país en 1804, poniendo fin a más de tres siglos de colonización. Esta revuelta marcó un hito en la historia de la humanidad; tuvo un impacto considerable en la afirmación de la universalidad de los derechos humanos y la dignidad de todas y cada una de las personas, por lo que todos estamos en deuda.

Haití es, en efecto, la tierra donde los pueblos esclavizados ofrecieron al mundo la libertad. También ha ayudado a otros países a alcanzar la suya. Haití es el símbolo de la libertad. Pero esta independencia no está exenta de consecuencias para nuestra existencia como pueblo. La comunidad internacional se negó a aceptar la independencia de Haití y detuvo todo comercio con el país. Debilitando cada vez más a la naciente nación, el antiguo colonizador exigió reparaciones económicas. El joven país tuvo que pagar esta injusta deuda, que obstaculizó considerablemente su desarrollo, tuvo consecuencias para cada haitiano y su futuro, y sumió al pueblo en una profunda pobreza que continúa hoy en día.

Más de 200 años después de la esclavitud, ya no somos esclavos encadenados, pero las cicatrices permanecen. Se expresan en la injusticia social, el racismo, la injerencia y la dominación de un sistema. Un cierto orden mundial, sacudido como fue por las revueltas de los esclavos, persiste en sus aspiraciones de dominación y no de paz.
Los países imperialistas siguen expandiéndose, acogiendo a gran número de los que se han cansado de su política. Desarraigados, estos últimos sirven a las economías de estas potencias, debilitando el desarrollo de sus propios países. Parece claro que Haití sólo está pagando su audacia al atreverse a dar a otros una muestra de libertad. A pesar de todo, los haitianos siguen creyendo en un futuro mejor. Aunque urgentes y necesarias, las reparaciones económicas y morales nunca borrarán las páginas de esta historia. Pero al menos podremos reescribirla de una manera más justa y digna.

Hoy, como Movimiento ATD Cuarto Mundo, estamos aquí para rendir homenaje a las víctimas de los abusos institucionales, pasados y presentes, pero también estamos aquí para reconocer la fuerza de la resistencia de quienes lucharon por su libertad, no sólo por ellos mismos, sino por todos los pueblos del mundo. Haití fue un gran ejemplo que mostró al mundo la fuerza de la lucha colectiva por la liberación de todos. Pero la lucha no ha terminado y seguimos resistiendo. Insistimos en mantener vivas nuestras raíces, nuestra cultura y nuestra espiritualidad ancestral, y en reconstruir los lazos que nos unen a esta tierra, hasta que un día todos los pueblos sean reconocidos como tales.

Laura Nerline laguerre – Haïti
Mogène Alionat – Haïti
Carine Parent – France
Mariana Guerra – Brésil
Eduardo Simas – Brésil