Hasta que se pague la deuda…
Artículo escrito por Sofia Ezroni, Hemed Ally Hemed y Micol Bonapace.
Sofia Ezroni es una militante Cuarto Mundo que vive en Boko Chasimba, Dar es Salaam (Tanzania). Integra desde hace poco más de un año el grupo de mujeres emprendedoras TABOTE (formación, fabricación y comercialización de jabones, telas batik y bizcochos). Hemed Ally Hemed, tanzano, es Voluntario permanente de ATD Cuarto Mundo y un referente del vínculo con las familias de los barrios donde el Movimiento está arraigado en Dar es Salaam. Micòl Bonapace es italiana y también voluntaria permanente de ATD Cuarto Mundo. Lleva dos años en Dar es Salaam, después de una misión de cuatro años en el centro internacional de ATD Cuarto Mundo en Francia.
Publicado originalmente en la Revista cuarto Mundo n° 264, «Hacia la protección social universal», este artículo nos sumerge en la asfixiante realidad de tantas realidades nacionales en las que los más pobres no tienen absolutamente ningún acceso a los cuidados esenciales. Los autores describen en este artículo un cúmulo de injusticias a las que se enfrentan aquí Sofia y su hermana Peresia, para que esta última no muera de cáncer. Comienza así su lucha por acceder a un tratamiento hospitalario digno y defender así su derecho a la salud y a la vida.
Sin protección social, situaciones como la de Peresia y su familia se repiten trágicamente en Tanzania y en otros lugares. Este artículo enfatiza la urgencia de establecer pisos de protección social universales a escala internacional. Esto es lo que puede garantizar el acceso a la atención y, por extensión, el derecho a la vida de todas las personas, incluidas las que viven en la extrema pobreza.
Necesidad urgente de cuidados
Peresia tenía 37 años cuando llegó a la estación de autobuses de Dar As Salaam, donde fui a recogerla. Como estaba muy enferma, no la reconocí al instante. Era muy complicado llevarla a casa, sobre todo en transporte público. Así que la acompañé al hospital más cercano.
La operación y sus deudas
De ahí, la transfirieron de hospital en hospital hasta que los médicos dijeron que tenía que operarse cuanto antes de un cáncer de intestino. Para la operación pedían por adelantado un primer pago de 1 500 000 chelines tanzanos1.
En Tanzania, las políticas sanitarias obligan a la ciudadanía a dar un avance de los gastos. La mayoría de la población no tiene seguro de salud, porque no se lo puede permitir. Por eso muchas personas no tienen un acceso de calidad a los cuidados.
A pesar de la urgencia de la situación y mis esfuerzos por explicar nuestras condiciones económicas a los servicios sociales, de tener un documento oficial escrito de exoneración del pago anticipado, el hospital se negó a operar a mi hermana.
En vista de la situación, una enfermera le dio a Peresia el número de un funcionario de servicios sociales para poder encontrar una solución. Este vino a visitarla al hospital. Le explicamos el problema y pudimos optar a pagar la intervención quirúrgica después (lo cual es casi imposible en Tanzania), así que Peresia pudo operarse. Fue en ese momento que empezaron mis deudas.
Peresia tenía que haber sido operada antes. Era demasiado tarde.
¿Por qué intervinieron tan tarde?
Tras la operación, Peresia sufrió mucho. Se despertaba por las noches gritando de dolor. A veces hasta los vecinos se levantaban para saber qué estaba pasando. Intentábamos utilizar medicamentos tradicionales, ya que no nos podíamos permitir los que nos habían prescrito.
Volvimos al hospital y resultó que la operación había sido un fracaso. El médico que la había operado era un interno que se encontraba todavía en formación: había cortado una parte de órgano que no debía y… Peresia tenía un agujero enorme por el que se le salían los excrementos.
Para reparar el problema que había provocado la primera intervención, operaron a Peresia una segunda vez. En ella, los médicos se dieron cuenta de que el cáncer se había extendido y decidieron realizar una tercera operación. Intenté hacerme oír para señalar la responsabilidad del hospital, pero no era posible poner en entredicho el sistema.
En este momento, nos pedían una suma de 3 800 000 chelines tanzanos2 por estas tres intervenciones. Con las pruebas que tenía, expliqué que a ambas nos era imposible pagar esta cantidad de dinero debido a nuestra situación. Entre las dos teníamos en total siete hijos y ningún ingreso fijo.
La retención en el hospital y sus consecuencias
Poco después de la operación, el médico pasó por la habitación de Peresia para darle el alta. Sin embargo, la administración del hospital dijo que Peresia no tenía autorización para dejar el hospital hasta que no se pagase la factura.
Ese día volví a casa sola. Fui a ver un jefe de la comunidad quien me puso en relación con un representante local al que le conté nuestra historia. Fuimos juntos a visitar a Peresia. Luego fuimos a la administración del hospital. El funcionario se mostró muy cooperativo con el representante y aceptaron dejarla salir. Pero, al día siguiente, Peresia estaba todavía encerrada en el hospital sin autorización de salir.
Unos días más tarde, el director del hospital y algunas personas de servicios sociales fueron a la habitación de Peresia para insultarla:
- «¿No te da vergüenza no tener dinero para pagar? Eres joven, tienes brazos para trabajar. ¿Cómo se va a mantener el hospital si todo el mundo pide los mismos favores que tú?»
Después me dijeron lo mismo a mí como si quisiesen castigarnos por haber venido al hospital con un representante público.
Peresia estuvo encerrada en el hospital durante cinco largos meses. Los pequeños de la familia se vieron muy afectados por esta situación. No podían ir a verla porque el hospital no lo permitía. Su encierro tuvo muchas consecuencias para toda la familia. No me podía ocupar de los niños porque tenía que ir todos los días al hospital, que se encontraba a dos horas en autobús de mi casa, para llevarle comida a Peresia3. Tuve que pedirle a la mayor de nueve años que cuidara de la casa y de los más pequeños. Para eso, dejó de ir a la escuela. Un día un funcionario de la escuela me llamó para preguntarme por qué mi hija no iba más a clase. Me dijo que si no volvía a ir regularmente, debería pagar una penalización de 50 000 chelines.
A veces tenía que dormir en el hospital porque no podía pagar las idas y venidas todos los días. El guardia de seguridad venía a echarme a mí y a las personas que se encontraban en la misma situación. En esos casos, daba vueltas alrededor del establecimiento para encontrar un lugar donde dormir, a veces directamente en el suelo.
Tenía que ir de un lado a otro para buscar trabajo y mantener a toda la familia. A veces era muy difícil dormir en el hospital después de que me hubieran echado, dejar a nuestros hijos solos en casa, que se veían en la obligación de mendigar a los vecinos. El ver a mis hijos mendigar fue insoportable.
Durante los cinco meses en el hospital, algunos médicos acosaban a Peresia: «¿Qué haces aquí todavía?», le preguntaban de vez en cuando. Ella me llamaba para decirme que la maltrataban. Llegaban a pedirle dejar la cama y dormir en el suelo, la movían de una habitación a otra en muy malas condiciones para castigarla. Cuando no podía ir a visitarla porque me faltaba dinero, se creaban tensiones entre nosotras. Ella estaba agotada por esta situación y me atacaba. Yo intentaba mantener la calma porque entendía que ella estaba sufriendo.
Un día que había conseguido permiso para dormir en el hospital con mi hermana, recibí una llamada de los vecinos. Me llamaban para decirme que Ibu, el hijo de dos años de Peresia, no había vuelto a casa. Peresia empezó a maldecir y a gritar en el pasillo del hospital que estábamos en esa situación por culpa de ser pobres. Un médico oyó sus gritos y vino a verlas.
«No nos tratan como a seres humanos»
Peresia le presentó los documentos que habían presentado al hospital:
«Hemos hecho todo lo que hemos podido y todavía no nos tratan como seres humanos. Hemos enseñado todos los documentos que prueban que no podemos pagar».
Él asintió y respondió:
- «Lo entiendo, pero el problema lo tiene la dirección del hospital. ¿Podéis pagar al menos una parte para mostrarles vuestra buena voluntad?»
«Si pudiese pagar, ya lo habría hecho. No quiero quedarme aquí, pero ya habéis visto mis papeles, nos es imposible pagar siquiera una pequeña cantidad», replicó Peresia.
Al día siguiente, otro médico me preguntó: «¿Podéis pagar, aunque sea 100 000 chelines, para que dejemos salir a Peresia?». No me lo creía. Le dijeron la misma cosa a ella.
El médico parecía ansioso de recibir el dinero. Me pidió que se lo enviase por teléfono4.
Como me fiaba de él, le envié el dinero al vecino de habitación de Peresia para que lo retirase en metálico y luego se lo diese al médico. Avergonzado, este último dijo que pagásemos directamente a la administración. Obtuve un recibo, pero, para mi decepción, no cambió nada. Peresia estaba todavía encerrada en el hospital a pesar del préstamo de 100 000 chelines que había pedido con más de 30 000 chelines de intereses.
Liberación a medias
Un día un vecino me invitó a un encuentro del movimiento ATD Cuarto Mundo del que él era miembro. Aproveché la ocasión para desahogarme y vomitar mi rabia sobre la situación de mi hermana delante de todo el mundo. Rápidamente me di cuenta de que las personas a mi alrededor me respetaban. Conté mi historia y me escucharon hasta el final del encuentro. Hemed y Micòl se acercaron para preguntarme cosas y entender mejor mi situación. Después vinieron a visitarme algunos días después. Después de este encuentro, se abrió un nuevo camino. Finalmente, ya no estaba sola.
El día que fuimos al hospital con Hemed y Micòl se ha quedado grabado en mi memoria. Estaba acostumbrada a ir a ver sola a mi hermana, y durante el trayecto al hospital tuve muchos pensamientos negativos. Al llegar acompañada, me sentí empoderada frente al personal hospitalario. Fue un día muy especial para mí y mi hermana. Al llegar a la habitación de Peresia, ella me preguntó: «¿Quiénes son estas personas?». Cuando se lo expliqué dijo:
- «Creo que son amigos de verdad porque, no solo van a intentar ayudarnos a resolver este problema, sino que también se han tomado el tiempo de visitarme. Con ellos vamos a ganar esta batalla».
Nos reunimos con la directora del hospital para explicar de nuevo nuestra situación familiar y pedir que dejasen salir a Peresia. El hospital nos declaraba culpables porque no podíamos pagar la deuda. La directora insistió en que, mientras no se abonase, Peresia no podría dejar el hospital. Repitió: «El hospital necesita financiación para seguir funcionando».
Le expliqué que las personas vienen de entornos diferentes, que algunas pueden pagar y otras no. A pesar de mis explicaciones, la directora siguió insistiendo sobre el aspecto financiero: «¿Cuánto tenéis aquí?».
Respondí que casi no tenía nada. Después de mucho tiempo negociando, al final del día aceptó dejar salir a mi hermana si me comprometía a pagar una suma total de 500 000 chelines y un pago mensual de 30 000.
La salida del hospital
No pude contener mi alegría cuando me lo dijeron y fui corriendo a la habitación de Peresia para decirle que se preparase. Ella no se lo creía. Cuando entendió que lo que llevaba tanto tiempo esperando se hacía realidad, no cabía en sí de gozo. Fue a decirle adiós al personal de enfermería y médico que la había apoyado durante esos cinco meses interminables.
Pasamos por los servicios sociales del hospital. Me pidieron que les dejara mi documento de identidad como garantía del pago de la deuda. No compartían mi alegría. Todavía no se creían que habían perdido el combate.
Me pregunté:
- «No tengo estudios, no soy médica. ¿Cómo se sentirán estas personas, de estatus superior y que han estudiado, en este tipo de situaciones como la que vive mi hermana y otras muchas personas encerradas en el hospital?»
Teóricamente, los servicios sociales se encargan de ayudar a personas en necesidad. Sin embargo, a veces, empeoran todavía más sus problemas: su manera de tratar a la gente es insoportable, no conocen nuestra realidad. Hablan en nombre de la institución que representan; pero, en realidad, no hacen su trabajo.
La vida fuera del hospital también era difícil
En el viaje de vuelta en autobús y hasta tarde en la noche, Peresia y yo hablamos de nuestros deseos y sueños de futuro. Pero ninguno de nuestros proyectos se pudo llevar a cabo.
Peresia seguía estando enferma. El médico le había aconsejado una dieta especial, pero le era imposible seguirla porque no podíamos permitirnos los alimentos que nos habían prescrito. Seguía comiendo algunas comidas que no eran recomendables.
Peresia empezó también a mendigar en el barrio. Pero, por vergüenza, me lo ocultó.
No podíamos ir a las consultas de seguimiento hospitalarias porque el coste del transporte estaba fuera de nuestro alcance. El hospital había prometido que el seguimiento sería gratuito. Pero nos pidieron dinero desde la primera consulta. Así que decidimos no ir más.
El precio de la dignidad
Un tiempo después, Peresia decidió volver a la aldea familiar. Yo estaba triste de que se fuera, pero me dijo:
- «Has tenido muchos problemas por mi culpa, te has endeudado mucho por culpa de esta situación, ha sido mucho estrés, quiero dejarte respirar un poco».
Le insistí para que se quedara, pero no conseguí convencerla y volvió a la aldea. Dos meses después su salud empeoró. Fue a ver a un médico que le aconsejó volver al hospital de Dar As Salaam, pero tras su experiencia pasada, Peresia se negó a ir y murió a los 39 años…
A pesar de la muerte de su hermana, Sofia debe seguir pagando la deuda y su documento de identidad se encuentra todavía retenido por la administración del hospital. Bajo tanta presión, debió pedir de nuevo un préstamo de 200 000 chelines, esta vez a su vecino, dando en garantía la propiedad de su terreno. Sofia sigue atrapada en la espiral de la deuda médica de su difunta hermana.
Ilustración: Vientos del Norte, 2021 © Guillermo DIAZ/AR0201602040