Líbano: Garantizar protección y apoyo a personas refugiadas sirias
Extracto de Artesanos de la Paz Superando la Pobreza — Volumen 2: Defendiendo los Derechos Humanos
Para el Líbano, un país con menos de cinco millones de habitantes, la entrada masiva de más de un millón de personas refugiadas desde Siria plantea enormes desafíos. ¿Qué vidas sufren un mayor impacto por el flujo de personas refugiadas en un país determinado? ¿De qué manera transforma sus vidas? ¿Qué decisiones toman en nombre del derecho de todas las personas a vivir dignamente?
Defender los derechos humanos de todas las personas es un reto diario evidente en los barrios obreros como el de Naba’a Bourj Hamoud, una zona densamente poblada y con especial diversidad, a las afueras de Beirut. Mientras la guerra civil del Líbano acentuó la segregación sectaria en muchas zonas del país, Naba’a siguió dando acogida tanto a musulmanes como a cristianos. Desde el fin de la guerra, en 1990, los edificios permanecen aguijoneados por los agujeros de las balas. Algunas personas ancianas en Naba’a carecen de familia que les cuide y viven bajo los puentes o mendigan para sobrevivir. La población del distrito ha seguido creciendo, con trabajadores y trabajadoras extranjeros, migrantes y demandantes de asilo, que llegan de Egipto, India, Iraq, Jordania, Nigeria, Filipinas, Sri Lanka, Sudán, Siria y otros países.
Muchos habitantes de Naba’a no tienen documentos de identidad. Algunas personas no pueden obtenerla porque su país de origen no les reconoce legalmente, incluidos los hijos e hijas nacidos de padres de diferente religión en un país que prohíbe los matrimonios mixtos. Dependiendo de su país de origen, pueden tener la sensación de formar parte de un grupo que los demás considera como peligroso . También hay muchas mujeres que llegan al país como empleadas domésticas. La ciudadanía no valora la contribución económica de estas mujeres al país y, a menudo, sufren maltratos y abusos por parte de sus empleadores. Si estas mujeres dan a luz en el Líbano, los hijos no tendrán documentos de identidad a menos que el padre reconozca su paternidad. Algunas de estas personas que ven como se viola su derecho a una identidad legal dicen, “nadie quiere que exista”.
Con el deterioro de la guerra civil siria en enero del 2013, una persona miembro de ATD Cuarto Mundo en Naba´a escribía:
Naba’a se está haciendo cada vez más siria. El alquiler ha subido tanto que poco a poco la gente ya no puede pagarlo y se ve forzada a marcharse. Las personas sirias que llegan amontonan varias familias en un solo piso para poder pagar el alquiler. Muchas de estas son familias kurdas y actualmente son nuestros vecinas más cercanos. Se animan unas a otras a venir a Beitouna.
Beitouna, “nuestra casa”, es un pequeño centro sin ánimo de lucro donde todas las personas son bienvenidas, y en el que la prioridad común es llegar hasta las personas que sufren las situaciones más difíciles y brindarles apoyo. Desde el 2002 Beitouna ha estado estrechamente ligada a ATD Cuarto Mundo a través del Foro por un Mundo sin Miseria. Miembros de Beitouna dicen:
- “Enseñamos a nuestras hijas e hijos a convivir.”
“Las personas se encuentran aquí para estar juntas y para ser una fuente de apoyo mutuo.” - “Siendo de Sudán, fuimos rechazados en otros barrios solo por ser negros. Aquí en Naba’a siento que nos aceptan, así que estamos seguras.”
- “Quien viene a Beitouna es porque tiene un compromiso.”
- “Aquí aprendemos que cada una de nosotras tenemos un valor –no porque nos han dado algo material, sino porque tenemos una presencia, una cercanía hacia cualquiera que venga aquí.”
El 17 de Octubre del 2013, Día Internacional para la Erradicación de la Pobreza, miembros de Beitouna escribieron un manifiesto abierto a otras personas del mundo explicando lo que significa para la ciudadanía del Líbano ver llegar a tantas personas sirias a su país:
«No es fácil para nadie. Los dos países han tenido una relación histórica difícil, especialmente durante la guerra civil del Líbano. Muchas personas todavía se sienten ofendidas o tienen cierta desconfianza contra Libia. Aquí en Beitouna, todas nos sentimos en la obligación de mostrarnos cercanas hacia las y los sirios porque Líbano ya ha pasado por esto: la angustia, el duelo, el desplazamiento, la pérdida del hogar. Pero supone también un reto, porque en esta situación todo nos empuja a pensar “se lo tienen merecido, ahora les toca a ellos”. Algunas personas sentimos empatía ante el sufrimiento de las personas refugiadas, mientras que otras no lo pueden sentir. Este es el contexto en el que buscamos que tipo de relación debiéramos forjar.»
Sayed Id, un padre de la comunidad de Beitouna, ha sufrido la desconfianza que existe en Líbano y nos cuenta cómo logró superarlo:
«El mes pasado, oí en la radio que un niño en el hospital necesitaba un donante de sangre. Así que fui al hospital y me ofrecí a donar sangre. Allí me dijeron “los extranjeros aquí no pueden dar sangre”. Pedí conocer a los padres del niño. El padre me dijo que me quedara, y finalmente conseguí donar sangre. Soy más fuerte porque participo en un grupo con otras personas. Yo solo, no podría hacer nada. Aquí escucho a los demás, nos reunimos y experimentamos juntos las cosas sobre las que dialogamos. Esto te da verdaderas fuerzas, que nunca habrías conseguido tener si estás solo.»
Elie D. es un adolescente que en ocasiones ayuda a las madres a animar el Jardín de los Cuentos. Hace unos años su familia llegó de Siria sin tener un lugar donde vivir y la primera época tuvieron que dormir en un coche. En el 2010, aunque la familia de Elie continuaba teniendo serias dificultades para sobrevivir, Elie, que entonces tenía 11 años, estaba tan impresionado por la noticia de los daños ocasionados por el terremoto en Haití que inició una campaña para mandar ayuda a Haití. En un cibercafé descargó fotos de la destrucción para mostrarlas en la vecindad. Se dirigió a un grupo de unas 60 personas, y les pidió que se imaginaran que eran las niñas y niños de Puerto Príncipe (capital de Haití) jugando en la calle cuando la tierra empezó a temblar bajo sus pies. Movilizados por su preocupación, mucha gente en Naba’a escribió mensajes de apoyo o hizo donativos para la gente de Haití. Actualmente, junto con otros adolescentes se sienten responsables de las niñas y niños más pequeños de Beitouna. Durante verano de 2013, cuando las personas responsables del Jardín de los Cuentos observaron que el número cada vez mayor de niños y niñas les causaba cada vez dificultades, Elie y otros dos adolescentes –Bakair e Ivonne- dividieron por edades a las y los participantes en grupos más pequeños para garantizar que nadie se sintiese excluido, y que todas pudiesen participar plenamente en las actividades. Tanto para ellos como para otras personas Beitouna ha sido un lugar donde han aprendido a convivir en paz en el seno de una comunidad muy diversa. Jamil, por ejemplo, ha conocido a Elie M. a través del grupo de jóvenes de Beitouna. A pesar de la diferencia de religión que hay entre ellos y del conflicto vivido en sus países, Jamil dice “Elie es como mi hermano. Siempre nos tendremos el uno al otro, pase lo que pase”.